“CHARITAS CHRISTI URGET NOS”

Es hermoso hermanas mías…devolver a Dios los talentos multiplicados… gastar por Él todo lo que nos ha dado: inteligencia, manos, corazón …todo” _Padre Pascual Uva.

Historia de la Congregación Sierva de la Divina Providencia

Una de las preocupaciones más grandes del Padre Uva era el cuidado de las personas con discapacidad que debían ser asistidas en su “Casa”. Por este motivo, comenzó a enviar cartas a diferentes Congregaciones religiosas para solicitar la ayuda de religiosas; pero de todas recibió respuestas negativas a causa de la falta de religiosas. 

Encontrar una solución a este problema se volvía de fundamental importancia debido a la urgencia de las necesidades de las personas que debían ser hospedadas, ya que cada vez se iban sumando más.


La asistencia a aquellos hermanos con discapacidad debía sublimarse y transformarse en la certeza de responder a una misión asignada por el Señor. Encontrar tales hermanas no era fácil, formarlas era una tarea ardua; y mientras tanto los huéspedes comenzaban a llegar, haciendo más aguda la necesidad de asistirlos. Había en la Parroquia de San Agustín, un grupo de 8 jóvenes formadas en la caridad pertenecientes a la Asociación Hijas de María y maestras de las escuelas de catecismo. El Padre Uva las había formado “al espíritu de caridad” en diez años de vida parroquial con instrucciones y lecturas, las había acostumbrado a asistir a los pobres ancianos del asilo y a los enfermos del Hospital Comunal. Había hecho de ellas sus colaboradoras, siempre más activas y asiduas, envolviéndolas de la misma luz que poco a poco le aclaraba su misión e involucrándolas en el carisma del cual era portador. 

Impulsadas por el amor a Dios y el ardiente deseo de inmolarse en el cuidado y la atención de las personas con discapacidad, premurosas por sacar estos desdichados hermanos de la ignominia y de la burla pública, ellas estaban prontas para unirse en vida común en un nuevo Instituto.

¿Pero habrían consentido sus padres?, Humanamente hablando, no. ¿Dónde iban sus hijas? ¿A qué Congregación bien formada? ¿Con qué garantías? La nueva Congregación existía solo en la mente de un sacerdote que podía ilusionarse y fracasar: todo se reducía a un pequeño prefabricado de tres salas a las cuales les faltaba las puertas, sin dinero y con un futuro incierto.

Sin embargo, aquellas ocho jóvenes debían ser las primeras víctimas inmoladas sobre el altar de la caridad; eran justamente ellas las destinadas a ser madres de la Obra. En efecto, la gracia de Dios venció todas las dificultades y los padres dieron su consentimiento. El 10 de agosto de 1922, las ocho jóvenes se reunieron en comunidad.

¡Cuántas dificultades, cuántas oposiciones debieron afrontar para alcanzar el sublime ideal! ¡Cuántos dolores debieron sufrir: burlas, calumnias, risas ocultas e insultos abiertos! Pero sobre todo y todos, ellas triunfaron, y en la oración y en el trabajo cotidiano se prepararon a la gran misión.

El 29 de septiembre de 1922 fue alojada la primera huésped en el naciente Instituto.

Es fácil imaginar la exultancia y el amor con el cual aquella persona rechazada por la sociedad y tal vez por su familia, fue acogida en aquella pequeña casa, por aquellas ocho jóvenes, que en ella vieron concretarse la misión en la cual se habían empeñado.

Es fácil imaginar aquellos sentimientos, pero es difícil revivirlos y sentirlos; porque sería necesario tener aquel mismo corazón y aquella misma fe. Ningún huésped real, ha sido recibido con la conmoción y el respeto que fue acogida aquella criatura sufriente, porque el significado y el valor de ella no encuentra medida en la dimensión de los hombres, aunque sean los más importantes, sino en la representación de Dios, que la había guiado hasta aquella puerta, donde era esperada como una gracia.

Pero el Padre Uva pensó que no era prudente confiar la dirección del Instituto y la educación de las personas con discapacidad a jóvenes inexpertas, aunque estuvieran animadas de buena voluntad y de habilidades no comunes, además de una ardiente caridad. Era necesario, por lo tanto, encontrar una Congregación Religiosa que quisiera asumirse la difícil tarea, y esta no fue una obra fácil.

En el mes de junio de 1922 el Padre Uva, luego de recibir respuestas negativas de numerosas Congregaciones religiosas manifestó su dificultad a Mons. Arborio Mela di Sant’ Elia y el Prelado le prometió de interceder ante las Hermanas Trinitarias.

La mañana del 2 de octubre de 1922 tres Hermanas Trinitarias llegaron a Bisceglie y fueron acogidas en la estación ferroviaria por un grupo de señores colaboradores de la Obra y por una multitud del pueblo en la Parroquia de San Agustín.

Entre las Hermanas se encontraba la Superiora, Suor Inés, que contaba con el diploma de enfermera y que había dado óptima prueba en la dirección del Noviciado de su Orden y dos Hermanas formadas bajo su guía.

Pero la presencia de las Hermanas Trinitarias duró pocos meses. La Regla de dicha Congregación limitaba la asistencia solamente a mujeres, mientras estaba claro que el Instituto de Bisceglie estaba destinado a acoger personas con discapacidad de ambos sexos, por lo cual debía tener una dirección y organización única. Por otra parte, la Congregación de las Hermanas Trinitarias excluyó la posibilidad de crear un noviciado en Bisceglie, como el Padre Uva deseaba a fin de que sus novicias se prepararan en el mismo ambiente, en contacto con las mismas necesidades a las que deseaban dedicarse.

El Padre Uva tenía un diseño de la Obra, que poco a poco se configuraba, desarrollándose del motivo inspirador, bajo el impulso y la solicitud de un propósito vigoroso; y que para realizar aquel plan y darle estructura y animación, necesitaba colaboradoras educadas por él, que creyeran en él, y que fueran o se hicieran similares a él en el fervor de la caridad.

La comunidad de las Hermanas indispensables para la Obra no podía tener un origen independiente de ella, aunque a fin en el espíritu y la finalidad; habría sido como una yuxtaposición y se habría sobre puesto a la Obra. Ella debía nacer con la Obra, intrínseca a su estructura y consustancial a su naturaleza, parte inseparable de un mismo designio, contexto de espíritus vivientes de la misma pasión que animaba al Fundador, capaces de su misma inmolación.

En la primavera de 1923, las tres Hermanas Trinitarias regresaron a su Comunidad de Roma. Así disponía en sus designios la Divina Providencia.

Era necesario afrontar el problema de constituir oficialmente la comunidad ya existente de hecho. El Padre Uva se presentó al Cardenal Laurenti y obtuvo del Arzobispo de la Diócesis, antes de finalizar el año, el decreto de Constitución de la “Asociación de las Siervas de la Divina Providencia”.

Aquellas primeras jóvenes, absorbieron del Padre Uva a través de su enseñanza y de su ejemplo, a tener en común el interés humano y divino de servir a Cristo en los hermanos más débiles y necesitados.

Sus nombres, escritos en el designio divino de salvación, que es Cristo mismo sufriendo en el dolor humano, deben ser conocidos por los hombres, no por vanagloria terrena, sino porque los hombres tienen siempre necesidad de saber y de creer que la caridad no es utopía y el heroísmo no es un mito, sino que la una y el otro pueden sumarse e identificarse en la fidelidad del Evangelio.

El ejemplo de aquellas ocho jóvenes mujeres fue seguido por muchas otras, lo cual confirmaba una abnegación sin tregua, un empeño durísimo, dentro y fuera del Instituto, no solo en la asistencia de los más necesitados, sino también en la búsqueda de víveres para alimentar a esos hermanos, y de todo lo necesario para asistirlos.

El Padre Uva renovó su pedido al Cardenal Laurenti para que la provisoriedad del carácter asociativo hasta ese momento reconocido fuera resuelta en la constitución de una verdadera Congregación Religiosa; pedido que le fue consentido. 

El 13 de noviembre de 1926, el Padre Uva obtuvo el nulla osta de la Sagrada Congregación de los Religiosos. Y pocos días después Monseñor Leo, proclamó el decreto que Constituía la Congregación Siervas de la Divina Providencia.

En 1944 la Congregación fue erigida por la Santa Sede, con Decreto di Lode en Congregación de derecho Pontificio. Y en 1946 obtuvo del Estado el reconocimiento de la personería Jurídica.

Las Siervas fueron y siguen siendo las hijas del gran espíritu inventor y constructor del Padre Uva, intérpretes y ejecutoras de su designio, partícipes de sus mismos esfuerzos y testimonios de su fe, tenaces en la adversidad y seguras en las incertidumbres de los primeros difíciles años, asiduas en la cooperación, inquebrantables en la fidelidad, heroicas en la abnegación. Constituyeron la fuerza más vigorosa, progresivamente acrecentada, a la cual la Obra se confió y de la cual recibió y recibe el equilibrio interior y la ordinaria estructura.

Se han dedicado a todas las miserias- dirá de ellas un gran arzobispo- también las más humillantes y las más repugnantes por solo amor de Jesucristo, en nombre de quien se han hecho libremente casi diría madres y hermanas de los pobres desdichados. Este rostro generoso, que todo da y nada pide, hace posible que esta casa dure y florezca. Es esta caridad generosa que hace trabajar noche y día a las pobres religiosas, sin estipendio, sin esperanza de posiciones de privilegio contentas solo con un cuenco de sopa y de un trozo de pan para no morir de hambre, dejando todos los ingresos para beneficio de los desdichados que necesitan ser hospedados.


El Venerable Padre Uva repetía numerosas veces que nuestros hermanos sufrientes eran “un templo, un altar, una especie de sacramento, donde se esconde Cristo sufriente”. Con esta misma convicción del Venerable Padre Uva, podemos decir con toda verdad que las Siervas fueron y siguen siendo hoy “Sagrarios Consagrados”, guardianas y protectoras de esas “Sagradas Hostias Vivientes”, que son los huéspedes que habitan las Obras de Don Uva dondequiera que se encuentre. Ellas son herederas de un carisma, donado por Dios a la Iglesia a través de su Fundador, para embellecerla con su santidad.

Desde la partida del Venerable Padre Uva a la casa del Padre el 13 de septiembre de 1955,  sus hijas, herederas de su espíritu caritativo y creativo, han continuado propagando la llama de la caridad, llevándola “hasta el fin del mundo”, como el Papa Francisco llamó a la Argentina, para luego extenderla a Paraguay y a Perú, con el único objetivo de seguir contagiando el lema paulino “Charitas Christi Urget Nos” en los corazones jóvenes que quieren consagrarse a Jesús al servicio de los hermanos y hermanas que sufren, y dar la vida por la salvación de las almas...“vidas gastadas por amor”.

Las Siervas de la Divina Providencia continúan hoy, la acción caritativa y social de su Venerado Fundador: el Padre Pascual Uva.

La Sierva se deja abrazar por el amor de Cristo, se deja aferrar por Él. No perteneciendo ya a sí misma, el Espíritu la atrae y la llama a responder a una vocación especial. El amor, distintivo que el Señor Jesús nos dejó, se convierte en su estilo de vida; se convierte en abandono total a la Divina Providencia.

Este gran amor, y el consiguiente estilo de vida y servicio, lleva a la Sierva de la Divina Providencia a un celo incansable que involucra a toda la gran familia de Don Uva que trabaja en sus Instituciones, en una auténtica carrera de entrega a los que sufren.

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